lunes, mayo 25, 2015

Afinaciones, des-afinaciones y reparadores de sueños


Ver a Silvio Rodríguez en vivo era una deuda pendiente. Lo vi una vez, en el 2003, en un festival-homenaje a Salvador Allende, en el Estadio Nacional. Fueron cuatro horas de espera, bajo la lluvia, para escuchar tres o cuatro canciones, muerta de frío. Quedé muy contenta, pese a todo, porque cantó "Te doy una canción", una de mis favoritas del cancionero del cubano, pero sentí que quedó algo pendiente: mal que mal, Silvio es uno de los artistas "de la vida", de esos que no recuerdas cuándo fue la primera vez que lo escuchaste o de los que tienes miles de momentos acompañados de su música. Silvio me ha acompañado desde que tengo recuerdos, en distintas etapas, con distintos momentos, y diferentes enfoques. Me faltaba escucharlo, sin estar mojada y friolenta, exclusivamente a él. Tuvieron que pasar 12 años para el reencuentro.
Y fue un reencuentro extraño. Porque yo estoy más vieja (Silvio también, pero eso da lo mismo), porque estuvo una hora (o más) recorriendo canciones poco conocidas (no exclusivamente porque me faltara escuchar lo más nuevo, sino porque presentó canciones de un disco que aún no se publica), porque a mis treintaycasimedio años estoy cada vez más parecida a mi mamá. Fue un buen show, un excelente show: los músicos que acompañan a Silvio son como para admirarlos por separado, los arreglos de sus canciones más conocidas hacen que sea refrescante escucharlos, su voz sigue bien (aunque se lanza unos "Fito Páez" de vez en cuando) y fueron dos horas y media. Pero...
Quedé con una sensación extraña. Quizás fue mucho rato sin escuchar canciones nuevas, o tal vez me molestó no poder disfrutar de "Óleo de una mujer con sombrero" porque apenas escuché cantar a Silvio entre medio de todas las voces del público. Puede ser que me encandilé muchas veces con el flash de la cámara de la señora que estaba atrás mío (se le ocurría tomar fotos justo cuando yo miraba a mi lado) o quizás fue el comentario de su acompañante cuando empezó "Ángel para un final" ("¡La canción de Camiroaga!"). 
No tengo nada en contra de que la gente que va a un concierto cante a todo pulmón las canciones. Lo que  me molesta es que canten mal, y con "mal" no me refiero a desafinado: si vas a un show y cantas una canción mínimo que te sepas la letra, o dónde va el coro, o termina una frase. No puedes cantar el coro de "Quien fuera" después de la primera estrofa o apurarte con el "final" de "Ángel para un...". Eso me pone mal genio.
Y después de casi dos horas y media de show, con muchos éxitos y lindas canciones, llegó "Santiago de Chile" y quedé un poco triste, no tanto porque terminaba el concierto, sino porque lo que dice Silvio ("Eso no está muerto, no me lo mataron") pasó: el Chile pre-dictadura ya no existe. Es cosa de ver las noticias políticas de hoy... somos otro país, que recién está mirándose las cicatrices profundas que dejaron 17 años de dictadura. En eso pensaba cuando la gente pifiaba con las luces encendidas, pidiendo más. Y salió Silvio con sus músicos y dijo que estaba haciendo una excepción, y que iba a tocar una canción que tocaba cuando, en las poblaciones, le tocaba presentarse frente a los niños, porque era una canción infantil. Y apareció "El reparador de sueños" y me acordé de cuando yo era chica y le pedía esta canción a mi mamá, y de todas las otras veces en las que la escuché, recordando esos años. Y quedé contenta. Gracias, Silvio, por traer al reparador a arreglar la sensación con la que quedé en este concierto.
Y una muestra de la época en la que estamos... entre canción y canción, Silvio empezó a afinar su guitarra, y en el silencio, alguien gritó: "¡Viva Cuba!" y él respondió: "Viva la afinación... y Cuba... y Chile".