El 24 de febrero del 2007 fue el último sábado de vacaciones del Cri y para aprovecharlo, decidimos ir al
Cajón del Maipo a pasar el día. Salimos tarde de Santiago (tipo una de la tarde) porque la noche anterior estuvimos carreteando con nuestros amigos hasta tarde, y como una hora después estábamos en la
Cascada de las Animas disfrutando del sol y la piscina (congelada!). Yo estaba un poco odiosa ese día, no sé si porque imaginaba que el lugar sería distinto o porque amanecí con el pie izquierdo. El Cri me preguntó si quería ir a pasear por el sector y le dije que no, que quería ir a tomar once (no habíamos almorzado) y después volver a Santiago. Me dijo que bueno.
Una vez tomando un rico café con panqueques (¿o fue una bebida?), accedí al paseo en auto para ir rumbo a El Morado. Como ya era tarde, e iba a oscurecer en cualquier momento, decidimos parar a mitad de camino para ver la puesta de sol. Tomé un par de fotos y Cristián me dijo que iba al auto a cambiarse de ropa (estábamos con traje de baño). Cuando volvió donde estaba yo me abrazó y me preguntó:
- ¿Tengamos un hijo?
Yo lo miré con cara de "Es una broma, ¿cierto?", pero no, no lo era.
- Bueno - respondí.
- ¿Cómo le ponemos? - me preguntó.
Y yo empecé a decirle nombres, y ninguno le gustaba.
- Pero si vamos a tener un hijo - agregó - primero tenemos que casarnos-
- Claro - respondí, mientras recordaba cómo nos pusimos a pololear ("si nos vamos a casar, primero tenemos que pololear", me había dicho).
- Casémonos.
Ahí me di cuenta de lo serio que era todo. Por un lado, me acordé de que yo siempre le había dicho (medio en broma, medio en serio) que cuando nos comprometiéramos tenía que ser "con anillo y todo"; pero por otro, el ambiente, el momento, todo era tan perfecto que no podía dejarlo ir.
- Ya, casémonos - le respondí, mirándolo a los ojos.
Entonces, sacó una cajita del bolsillo del pantalón y se me llenaron los ojos de lágrimas.
----
Un año después, a ese anillo lo acompaña mi argolla de matrimonio.
Y me sigo emocionando de la misma forma.