Sentía que era feliz así. Que no necesitaba más compañía. Que ése era mi tiempo, mi lugar. Que habría otros momentos para estar acompañada y hacer otras cosas. No sentía soledad. O no quería sentirla.
Pensaba mucho, eso sí. Tenía mucho tiempo para pensar. Y para convencerme de que todo estaba bien. No me preocupaba por mi personalidad, sabía bien quién era y para qué vivía. Contaba con amigos que me querían, con mi familia que me aceptaba y con quien yo decidí pasar el resto de mi vida. No había cumplido 30 años y tenía un buen trabajo, un proyecto de familia, un hogar. Estaba plena.
Pero seguía pensando. Y descubriendo cosas que no quería descubrir, que incomodaban. Y no pude seguir dejándolas debajo de la alfombra. Salieron. Y me obligaron a moverme. A remover todo.
Dicen que para poder ordenar hay que desordenar. Pero pucha que cuesta seleccionar, doblar, guardar. Y soy de esas personas que se quedan mirando el desorden sin saber por dónde empezar. Pero que saben que tienen que ordenar, y con eso creen que tienen casi toda la pega hecha. Así soy yo.
Me cuesta moverme, soy lenta y más aún cuando tengo que hacer cosas que no me acomodan tanto. Romper la inercia y avanzar, me cuesta. Pero una vez que das el primer paso, todo es más fácil.
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"Puedo no estar de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo" (versión libre de la frase de Voltaire)